Perdonando como Dios
Maskepetoon fue caudillo de una tribu numerosa de indios de Norte América. Tenía un hijo a quien quería mucho, y le había instruido desde chico en toda la sabiduría de los pieles rojas. Ahora era un joven alto, fuerte y capacitado para realizar cualquier misión que le fuera encomendada.
Por lo tanto, cuando hubo que viajar a un valle distante para traer los caballos, Maskepetoon mandó a su hijo.
Era un camino solitario y peligroso, entre montañas altas y por sendas escarpadas, pero el joven estaba acostumbrado a esa vida, pues había recorrido los cerros cazando con los guerreros jóvenes. Cuando llegó al valle donde siempre pastaban los animales, no los pudo encontrar.
Por las huellas que quedaban, se dio cuenta que otros indios habían pasado por allí. Seguramente los habían robado. Antes que pudiera volverse al campamento a buscar ayuda, el caudillo de la tribu ladrona salió sorpresivamente y mató al joven.
Maskepetoon esperó por muchos días la llegada de su hijo, y por fin recibió las noticias de que había muerto, cayendo por un precipicio en uno de los pasos montañosos. Por un tiempo el padre, sabiendo el peligro de los feroces vientos y tempestades en ese sector, creía que era verdad.
Cierta noche llegaron unos indios errantes, que pasaban de una tribu a otra, y alrededor de la fogata, uno dijo: “Su hijo no se cayó. El caudillo de los Piesnegros lo mató. Ellos robaron los caballos.”
Maskepetoon, enfureciéndose, juró que se vengaría del asesino y de toda la tribu de él. ¡Cuánto ansiaba el día cuando podría cumplir sus deseos y matarlo!
Pero antes que pudiera realizar esto, llegó un misionero al campamento. Les contó la historia del amor del gran Dios de los cielos, y como él mandó a su Hijo a morir por sus enemigos, por nosotros, por nuestros pecados .. . por los pecados de los indios. La palabra de Dios entró en los corazones de los que escuchaban, y dentro de poco tiempo, el caudillo y muchos de su tribu creyeron en el Señor Jesús y fueron salvos.
Un día, cuando Maskepetoon iba a caballo encabezando un grupo de sus guerreros, un mensajero se acercó rápidamente para avisarle que el caudillo de la tribu enemiga, acompañado por sus guerreros, venía hacia ellos.
Los ojos del jefe brillaron. No se inmutó, pero sus mandíbulas se apretaron y agarrando su hacha de guerra, siguió adelante. Al poco rato las dos tribus enemigas se encontraron y se detuvieron.
Maskepetoon desmontó de su caballo y con su hacha en la mano, se adelantó hacia su enemigo. Nadie se movió ni habló mientras él lo contemplaba fijamente. Sólo se escuchaba el roce de las patas de los inquietos caballos.
Después de unos minutos, la voz fuerte del caudillo rompió el silencio. “Tú eres el asesino de mi hijo, el hijo mío valiente y fuerte. Yo le mandé a buscar los caballos, los que tú habías robado. Lo mataste sin misericordia. Yo juré vengarme de ti. Por muchos días he esperado este encuentro contigo, para enterrar esta hacha en tu cráneo, para hacerte sufrir lo que mereces por haber muerto a mi hijo.”
Pero no levantó el hacha, y el enemigo no se movió. Entonces, emocionado y con lágrimas en sus ojos, le dijo al asesino: “Yo te perdono.” Le contó cómo el misionero le había leído del libro del gran Dios acerca de su hijo, Jesús, quien había dicho, “Padre, perdónalos,” mientras sufría en la cruz.
“Yo me doy cuenta,” dijo él, “que como Dios me ha perdonado a mí los pecados, yo también debo perdonarte a ti la muerte de mi hijo.” Luego cada uno se fue por su camino.
Maskepeton renunció a sus costumbres antiguas de crueldad y guerra, y dedicó su vida a servir al Señor Jesús. De todo corazón perdonó a sus enemigos, y sin hacha ni arma, él iba con la palabra de Dios predicándoles del amor del Salvador. Algunos creyeron el mensaje y fueron transformados en nuevas criaturas, pero otros le aborrecieron y lo rechazaron.
Miqueas 7: 18, 19 “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” Perdonar es olvidar
Por lo tanto, cuando hubo que viajar a un valle distante para traer los caballos, Maskepetoon mandó a su hijo.
Era un camino solitario y peligroso, entre montañas altas y por sendas escarpadas, pero el joven estaba acostumbrado a esa vida, pues había recorrido los cerros cazando con los guerreros jóvenes. Cuando llegó al valle donde siempre pastaban los animales, no los pudo encontrar.
Por las huellas que quedaban, se dio cuenta que otros indios habían pasado por allí. Seguramente los habían robado. Antes que pudiera volverse al campamento a buscar ayuda, el caudillo de la tribu ladrona salió sorpresivamente y mató al joven.
Maskepetoon esperó por muchos días la llegada de su hijo, y por fin recibió las noticias de que había muerto, cayendo por un precipicio en uno de los pasos montañosos. Por un tiempo el padre, sabiendo el peligro de los feroces vientos y tempestades en ese sector, creía que era verdad.
Cierta noche llegaron unos indios errantes, que pasaban de una tribu a otra, y alrededor de la fogata, uno dijo: “Su hijo no se cayó. El caudillo de los Piesnegros lo mató. Ellos robaron los caballos.”
Maskepetoon, enfureciéndose, juró que se vengaría del asesino y de toda la tribu de él. ¡Cuánto ansiaba el día cuando podría cumplir sus deseos y matarlo!
Pero antes que pudiera realizar esto, llegó un misionero al campamento. Les contó la historia del amor del gran Dios de los cielos, y como él mandó a su Hijo a morir por sus enemigos, por nosotros, por nuestros pecados .. . por los pecados de los indios. La palabra de Dios entró en los corazones de los que escuchaban, y dentro de poco tiempo, el caudillo y muchos de su tribu creyeron en el Señor Jesús y fueron salvos.
Un día, cuando Maskepetoon iba a caballo encabezando un grupo de sus guerreros, un mensajero se acercó rápidamente para avisarle que el caudillo de la tribu enemiga, acompañado por sus guerreros, venía hacia ellos.
Los ojos del jefe brillaron. No se inmutó, pero sus mandíbulas se apretaron y agarrando su hacha de guerra, siguió adelante. Al poco rato las dos tribus enemigas se encontraron y se detuvieron.
Maskepetoon desmontó de su caballo y con su hacha en la mano, se adelantó hacia su enemigo. Nadie se movió ni habló mientras él lo contemplaba fijamente. Sólo se escuchaba el roce de las patas de los inquietos caballos.
Después de unos minutos, la voz fuerte del caudillo rompió el silencio. “Tú eres el asesino de mi hijo, el hijo mío valiente y fuerte. Yo le mandé a buscar los caballos, los que tú habías robado. Lo mataste sin misericordia. Yo juré vengarme de ti. Por muchos días he esperado este encuentro contigo, para enterrar esta hacha en tu cráneo, para hacerte sufrir lo que mereces por haber muerto a mi hijo.”
Pero no levantó el hacha, y el enemigo no se movió. Entonces, emocionado y con lágrimas en sus ojos, le dijo al asesino: “Yo te perdono.” Le contó cómo el misionero le había leído del libro del gran Dios acerca de su hijo, Jesús, quien había dicho, “Padre, perdónalos,” mientras sufría en la cruz.
“Yo me doy cuenta,” dijo él, “que como Dios me ha perdonado a mí los pecados, yo también debo perdonarte a ti la muerte de mi hijo.” Luego cada uno se fue por su camino.
Maskepeton renunció a sus costumbres antiguas de crueldad y guerra, y dedicó su vida a servir al Señor Jesús. De todo corazón perdonó a sus enemigos, y sin hacha ni arma, él iba con la palabra de Dios predicándoles del amor del Salvador. Algunos creyeron el mensaje y fueron transformados en nuevas criaturas, pero otros le aborrecieron y lo rechazaron.
Miqueas 7: 18, 19 “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” Perdonar es olvidar
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